jueves, 15 de marzo de 2012

gaucha

Que mitiguen sus desvelos conmigo que soy gauchita. El tema de las ballenas, ponele. No es joda: hay gente que se ocupa de salvar a las ballenas. Que me salven a mi, que soy un ser humano y tengo sentimientos y me amarga tener que levantarme para ir a trabajar. Si me van a venir con que yo puedo defenderme sola, les digo que son unos fallutos. Ahora resulta más noble ocuparse de los bichos que de las personas. O sea, en todo, yo ya me di cuenta, hay como jerarquías.
A ver, como te lo digo… es más o menos así: los que menos saben para que lado es para el que hay que correr son los que se suben a las canoas y se internan en el pacífico para pelear contra barcos japoneses. Total no pierden nada. Redimen su necesidad de rebelión, se pelean a los gritos con su familia, cogen más y se duermen pensando que su existencia tiene algún sentido. Los que tienen una vida mejor, casa propia, sin hipoteca, mujer bella y excitante y niños rubios y prolijos, a los que los mocos parecen no caérseles, que aprenden idiomas en los colegios más caros, cambian parte de su sobrante en dinero por tranquilidad. Es simple. Con el firme propósito de sentir un poco menos de culpa o de aburrirse un poco menos o de sumar a sus temas de conversación en sociedad un ítem más, del que además se pueden dar grandes aires porque la solidaridad cotiza en bolsa, dan plata a Greenpeace para que otros, se suban a expediciones horribles y ponele que si, defiendan a las ballenas.
Si eso de verdad sucede, desconozco. No hace falta que efectivamente suceda para que el mecanismo opere sin complicaciones. Es a quiénes gobiernan los standards de vida modelo de este planeta, ésta gente que hace cosas como donaciones, a quien responsabilizo por mi tristeza. Si ellos no existieran con sus casas que parecen museos y sus mujeres con tres hijos y un culo manzanita envidiable, yo no tendría que dar explicaciones a la cúpula familiar, de porque es que quiero dejar de ganar plata para empezar a perderla.
Los militantes son otro tema. Ecologista (Greenpeace) trotskista, autonomista, artista incluso, es una de las formas más absolutas de sometimiento. Estar tan sin saber para donde correr, que es más fácil y más rápido sumarse a la lucha de una causa ajena, que armarte una historia propia. Los mártires de este mundo son, en su mayoría, gente ciega. Perdida. El ambiente está plagado de estereotipos obvios y redundantes: el típico chico lindo, militante, convencido, que habla bien, que no se apasiona por nada que no sea la política y el barrio y la territorialidad. Cogedor nato, siempre y cuando no esté, justamente, militando. A quien le encanta pasearse con la chica linda, noble, militante abnegada de la causa (popular). Por las noches, otra es la historia. La chica linda descansa, mañana se va a Boulogne al taller de género, y en la fiestas, obligadas en todo movimiento porque siempre es harto importante alimentar la “mística”, los señoritos se dedican a pavonear el culo, dando vueltas, vaso de fernet con coca en mano, a ver en donde, de toda la oferta de minitas en pollera de colores hasta el piso y vinchas superlativas, se deciden a colocarla. Las solteras revolucionarias, que no hacemos taller de género, ni nos levantamos temprano, y tomamos fernet a la par de los varones, nos peleamos por ser el agujero de esa noche. Cuando logras llevártelo con vos, al militante elite, ese que está más bueno que comer pollo con la mano, siempre a tu casa, porque claro, él vive lejos, llegando a la plata, o en algún partido del conurbano bonaerense (siempre hacía el sur), después de coger, después de que te acaba adentro, sin forro, todo bien, mañana te tomas la pastillita, te habla de ella. De con que placer pasaría toda la vida con ella. Ella es divina, la chica más linda del mundo, proporcionadita, claro, inteligente sagaz, calladita. La típica con chica con la que te casarías, claro, si los militantes creyeran en eso de meter al Estado o la Iglesia en la cama. Y al rato, saz, ya te coge de vuelta. Seguro que la trata como a una chiquita de porcelana, le hace mimos en la espalda y con la que duerme abrazado. Con ella, seguro, además, se pone el forrito, y se despierta temprano para llevarle el desayuno a la cama. El tiene las llaves de la casa de ella en Capital, pero cómo todo hombre que se precie de tal, no llega a destino todas las noches y alimenta la fantasía de que el es un hombre fuera de lo común, indomable, que la elige por sobre todas las otras, pero que obviamente, no puede zafarse de su insignia de macho dorado.
Duerme unas horitas, a la mañana te despierta demasiado temprano y te pide que le abras y monedas para el bondi. Le das las monedas, feliz de que te las haya pedido, incluso si así la que ya no tiene plata ni para viajar, sos vos. Pensás que eso abre alguna especie de pacto estelar entre ustedes y que más allá de todo, ahora hay algo especial que los une para siempre. Te vas a dormir con una sonrisa, pensando que la pasaste bárbaro. Dejas pasar los 4 días reglamentarios y él, obvio, no te llamo. Ninguna revolución se hizo en 4 días. Paciencia y acción: mandás el mensaje fresco, despreocupado. Sos el símbolo de la libertad. Pero no contesta. Es que seguro no tiene crédito. Después del tercer mensaje sin respuesta te das cuenta que es mejor llamarlo. Más vale un llamado casual que mil mensajes sin respuesta. Suena una, dos tres veces y atiende. Ah, sos vos, ¿cómo estás? No, hoy no puedo. ¿Otro día? Mañana, puede ser. Te llamo, dale. Beso linda. Y la conversación en si no estuvo buena, pero te dijo linda. Te dijo linda. Mañana lo llamo de vuelta. Igual lo voy a ver en la fiesta del sábado. Mañana lo llamo.
Yo le creo que la quiere. Le creo porque la veo de afuera. Miro la escena: chico lindo se enamora de chica linda y me masturbo con eso. Qué más. Como en cualquier película yankee de secundaria medio pelo. Con la imagen de ella sobre mi cara, me creo ella. Soy ella. Me doy cuenta que la imito por momentos, aunque hablando parezca un camionero.  Estoy segura que es así. Le creo también que va a pasar el resto de su vida con ella, o que por lo menos esa es la intención. Le creo todo lo que me diga. La militancia le creo, el amor le creo. Le creo todo. Yo, que la tengo más clara, que soy más fría y me la sé de me-mo-ria. Y acá si querés cambiame todo y pone un discurso combativo sobre la mentira del militante machista y la cheta bella que se pasa el día con los pobres y que el la quiere por cheta y no por buena. Yo, igual, le creo. En algo tengo que creer.