mi nombre es ( y era ) Laura. y hacía casi 4 años que arrastraba mis pantalones por los pasillos de la facultad de ciencias sociales de la universidad de buenos aires.
y en tanto andar cansado chusmeando los pasillos, algo nos estábamos perdiendo.
más veces de las que podríamos contar habíamos formado parte de asambleas eternas en la puerta de nuestra casa de estudios; cada militante, según su tinte político, en sus 3 minutos reglamentarios en los que podía extender su participación, revoleaba argumentos hacía el rancho enemigo y esperaba ganar adeptos con cada frase gastada que se repetía. allí presenciamos millones de discursos que se pretendían iluminantes, e intentaban, en consecuencia, sacudir la comodidad académica, esperando decantar en la profundización de relaciones carnales con movimientos piqueteros "de verdad". y lo que primero era novedoso entro a aburrir fatalmente. claramente la política era otra cosa.
Mosconi nos vino al pelo, y ahí si que empezó todo.
la cuestión fue más o menos así: todas teníamos un "algo" con un chico del que pensabamos las mejores cosas. el x era feo, pero en sociales hay elementos de valor estético que no son los que se erigen como estandarte de belleza en el conjunto social. el x los tenía todos. era medio indigenista, medio piquetero, anteojos de leer con marco negro, pelo largo, bocha de libros y una larga y frondosa trayectoria activista. el x no escondía su soberbia ni su look teacher militante, ni siquiera sus ganas de voltearse a todas; esto nos escendía nuestra esencia más hippie, y mareadas por el humo del faso, y con un sencillisimo: vamos? de por medio, entramos como caballos a querer reventar la moral reinante.
todo era revolución, todo era resistencia y todo era leído en esa clave.
enloquecidas con las luces de colores nos subimos al bondi y fuimos a parar al medio de la nada en donde todo era más que fantástico. y a mis jóvenes 21 años empezó a picarme el bicho loco de la patria socialista de verdad, con todo lo que eso implicaba.
miércoles, 7 de octubre de 2009
lunes, 5 de octubre de 2009
"no hay peor ciego que el que no quiere ver"
Resulta interesante dar cuenta de la cantidad cosas que se afirman cuando se afirma algo. La reproducción del lenguaje forma y deforma nuestra subjetividad desde el momento mismo en el que aprehendemos la lengua.
La aprehensión del lenguaje estructura nuestra capacidad de dar cuenta de lo real a partir de símbolos, representaciones e imágenes que forman parte de nuestra comunidad de sentido.
Cuando Lacan enuncia que el inconsciente se estructura como un lenguaje, quiere decir, a mi humilde entender, que la estructura de nuestro lenguaje es la clave para dar cuenta de lo real a partir de las construcciones simbólicas y los significantes que lo conforman. Lo real, en tanto real, no puede ser representado, así como el inconsciente no puede ser abordado. Lo que si podemos hacer es, a partir de psicoanálisis, identificar los actos fallidos, los lapsus, los chistes, y las imágenes oníricas como representaciones del inconsciente que conducen al deseo y que son el resultado de un sujeto que se estructura a partir del desconocimiento de su propio goce.
Cuando enunciamos que “no hay peor ciego que el que no quiere ver” decimos mucho más que lo que decimos. Afirmar que no hay peor ciego que el que no quiere ver, supone muchas mas afirmaciones que lo que la propia metáfora sostiene. Esto es lo análogo entre el lenguaje y el inconsciente. ¿Que sostiene los significantes? ¿que es lo que le adjudicamos a los símbolos, a las representaciones de las cosas?
La metáfora como herramienta. Como una forma de lenguaje que ata el significante a la construcción de cierta imagen acústica y no a otra. Aquel que no ve por que no quiere esta negando realidades que para todo el resto parecen ser harto evidentes. Aquel que cierra los ojos cuando debería abrirlos se equivoca y se condena, en los más de los casos, a la infelicidad. Por que no abrir los ojos pudiendo abrirlos, por que negar la realidad pudiendo superarla. ¿Por que cuando existen ciegos verdaderos que no pueden, alguien que puede no quiere? ¿Por que es peor aquel ciego que no quiere ver?
Lo que el ciego que no ve por que no quiere nos enseña, es que existe una condena a aquel que ha elegido cerrar los ojos.
El ciego que es ciego por que gusta de serlo es peor por que ésta ha sido su decisión y no una fatalidad que se le ha impuesto.
Aquí hay dos juicios de valor, al menos. Primero, la idea de ceguera como fatalidad; no hay responsabilidad, ni culpas, sino más bien una mirada condescendiente que, por un lado, admite cierta benevolencia a los hombres y las mujeres que han tenido la desgracia de ser ciegos, y por otro, constata el sentido común y colectivo que hemos adquirido como sociedad (y que la estructuración de la metáfora refleja) respecto de lo que implica la ceguera: aquí no existe potencia, no hay más que incapacidad. Y en tanto y en cuanto la ceguera es incapacidad, la sociedad mira a los ciegos con lástima por que ellos no pueden ver lo que nosotros si.
En este sentido la postura es absoluta; la posición socialmente compartida respecto de la ceguera es que las personas ciegas se encuentran constreñidas.
En segundo lugar, la condena. Mientras la fatalidad que es soportada con dignidad merece el aplauso de una sociedad que lee la ceguera como incapacidad, la imagen en la metáfora es además la condena a la elección de enceguecer.
Auto cegarse es un acto de cobardía, pero es además y sobre todo, un límite que una se da a si misma. Cerrar los ojos es elegir no ver, elegir no ver es preferir ser incapaz a ser capaz. Cerrar los ojos es una manera de perder.
Aquí se develan los valores morales que sustenta una sociedad toda, y que se reflejan en los usos del lenguaje. El análisis de la metáfora explicita que ver es algo bueno para esta sociedad así como no ver es algo malo.
Hay diferentes órdenes que se mezclan. Se confunden.
La materialidad de no ver, forma parte de un mundo que se piensa a si mismo con los usos completos de todos los cinco sentidos, y en donde el no ver, (no oír, no hablar, no caminar) es una incapacidad en tanto es algo que alguien no puede hacer, (y que nosotros si podemos). Hay un ellos y un nosotros. Nosotros que podemos, y los no pueden, que resultan ser incapaces de poder. Aquí la metáfora: No hay peor ciego que el que no quiere ver; no hay peor ceguera que la auto infringida, la que se elige, la que no es producto de la fatalidad sino de la decisión personal.
Aquel que elige ser ciego es dos veces ciego.
Existe ahora, además, la puesta en duda de la conciencia que elige enceguecer.
La conciencia que elige no ver, cuando el sentido común establece que ver es mejor que no ver, se equivoca. Esta es la metáfora, y el significante que subyace es lo que da sentido a la frase misma. Es mucho menos probable que alguien elija sacarse sus propios ojos literalmente, que hacer la vista gorda a una situación que nos compromete emocionalmente. Podríamos utilizar el ejemplo de una señora de 40 y tantos años, que vive en un piso en la calle Libertador con un marido que está poco en casa, y que, decididamente, la engaña. No obstante lo cual, soporta estoicamente las recurrentes infidelidades, si esto implica la no discusión del porque es que él la engaña.
La cuestión es entonces el por que. Por que es que el ciego elige el no ver, por que una conciencia elige enceguecer, y cual es papel que juegan los ciegos en un mundo de iluminados. Iluminados en tanto y en cuanto somos capaces de dar cuenta de la ceguera ajena. Y sentenciar, lapidariamente, que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
La aprehensión del lenguaje estructura nuestra capacidad de dar cuenta de lo real a partir de símbolos, representaciones e imágenes que forman parte de nuestra comunidad de sentido.
Cuando Lacan enuncia que el inconsciente se estructura como un lenguaje, quiere decir, a mi humilde entender, que la estructura de nuestro lenguaje es la clave para dar cuenta de lo real a partir de las construcciones simbólicas y los significantes que lo conforman. Lo real, en tanto real, no puede ser representado, así como el inconsciente no puede ser abordado. Lo que si podemos hacer es, a partir de psicoanálisis, identificar los actos fallidos, los lapsus, los chistes, y las imágenes oníricas como representaciones del inconsciente que conducen al deseo y que son el resultado de un sujeto que se estructura a partir del desconocimiento de su propio goce.
Cuando enunciamos que “no hay peor ciego que el que no quiere ver” decimos mucho más que lo que decimos. Afirmar que no hay peor ciego que el que no quiere ver, supone muchas mas afirmaciones que lo que la propia metáfora sostiene. Esto es lo análogo entre el lenguaje y el inconsciente. ¿Que sostiene los significantes? ¿que es lo que le adjudicamos a los símbolos, a las representaciones de las cosas?
La metáfora como herramienta. Como una forma de lenguaje que ata el significante a la construcción de cierta imagen acústica y no a otra. Aquel que no ve por que no quiere esta negando realidades que para todo el resto parecen ser harto evidentes. Aquel que cierra los ojos cuando debería abrirlos se equivoca y se condena, en los más de los casos, a la infelicidad. Por que no abrir los ojos pudiendo abrirlos, por que negar la realidad pudiendo superarla. ¿Por que cuando existen ciegos verdaderos que no pueden, alguien que puede no quiere? ¿Por que es peor aquel ciego que no quiere ver?
Lo que el ciego que no ve por que no quiere nos enseña, es que existe una condena a aquel que ha elegido cerrar los ojos.
El ciego que es ciego por que gusta de serlo es peor por que ésta ha sido su decisión y no una fatalidad que se le ha impuesto.
Aquí hay dos juicios de valor, al menos. Primero, la idea de ceguera como fatalidad; no hay responsabilidad, ni culpas, sino más bien una mirada condescendiente que, por un lado, admite cierta benevolencia a los hombres y las mujeres que han tenido la desgracia de ser ciegos, y por otro, constata el sentido común y colectivo que hemos adquirido como sociedad (y que la estructuración de la metáfora refleja) respecto de lo que implica la ceguera: aquí no existe potencia, no hay más que incapacidad. Y en tanto y en cuanto la ceguera es incapacidad, la sociedad mira a los ciegos con lástima por que ellos no pueden ver lo que nosotros si.
En este sentido la postura es absoluta; la posición socialmente compartida respecto de la ceguera es que las personas ciegas se encuentran constreñidas.
En segundo lugar, la condena. Mientras la fatalidad que es soportada con dignidad merece el aplauso de una sociedad que lee la ceguera como incapacidad, la imagen en la metáfora es además la condena a la elección de enceguecer.
Auto cegarse es un acto de cobardía, pero es además y sobre todo, un límite que una se da a si misma. Cerrar los ojos es elegir no ver, elegir no ver es preferir ser incapaz a ser capaz. Cerrar los ojos es una manera de perder.
Aquí se develan los valores morales que sustenta una sociedad toda, y que se reflejan en los usos del lenguaje. El análisis de la metáfora explicita que ver es algo bueno para esta sociedad así como no ver es algo malo.
Hay diferentes órdenes que se mezclan. Se confunden.
La materialidad de no ver, forma parte de un mundo que se piensa a si mismo con los usos completos de todos los cinco sentidos, y en donde el no ver, (no oír, no hablar, no caminar) es una incapacidad en tanto es algo que alguien no puede hacer, (y que nosotros si podemos). Hay un ellos y un nosotros. Nosotros que podemos, y los no pueden, que resultan ser incapaces de poder. Aquí la metáfora: No hay peor ciego que el que no quiere ver; no hay peor ceguera que la auto infringida, la que se elige, la que no es producto de la fatalidad sino de la decisión personal.
Aquel que elige ser ciego es dos veces ciego.
Existe ahora, además, la puesta en duda de la conciencia que elige enceguecer.
La conciencia que elige no ver, cuando el sentido común establece que ver es mejor que no ver, se equivoca. Esta es la metáfora, y el significante que subyace es lo que da sentido a la frase misma. Es mucho menos probable que alguien elija sacarse sus propios ojos literalmente, que hacer la vista gorda a una situación que nos compromete emocionalmente. Podríamos utilizar el ejemplo de una señora de 40 y tantos años, que vive en un piso en la calle Libertador con un marido que está poco en casa, y que, decididamente, la engaña. No obstante lo cual, soporta estoicamente las recurrentes infidelidades, si esto implica la no discusión del porque es que él la engaña.
La cuestión es entonces el por que. Por que es que el ciego elige el no ver, por que una conciencia elige enceguecer, y cual es papel que juegan los ciegos en un mundo de iluminados. Iluminados en tanto y en cuanto somos capaces de dar cuenta de la ceguera ajena. Y sentenciar, lapidariamente, que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
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