sábado, 20 de marzo de 2010

naif 1

mi cuerpo hecho nudo duro menos de un segundo. hice fuerza para dejar la sensación triste escondida bien adentro. ignoré todas mis señales de alerta; crucé la puerta, y entré.
en la casa todo estaba viejo, roto o sucio o todo junto.
dos pasos después, el horror se me pintó en la cara de forma declarada. era el lugar más triste del mundo. todo estaba teñido del más absoluto de los abandonos; no podía creer que alguien viviera en esas condiciones.
pero él no paraba de hablar y me distraía.
era un orador compulsivo. estaba absoluta y totalmente entregado al manejo de sus palabras, y en su vorágine, no registraba que yo todavía no había emitido sonido.
mi miedo más grande era que él me instara a hablar, que me pidiera una opinión; agradecí que fuese tan incapaz de leer en mi silencio. no quería que se me cayera la careta que intentaba ajustarme, y que, descubierta mi conciencia burguesa, no tuviera más remedio que marchar hacía el otro lado de la calle Rivadavia.
no pasó naranja porque de repente me besó. fue raro. fue de todo y todo muy raro. ya no tuve tiempo de pensar más, porque antes que pudiese conjeturar una idea se le cayó de la boca una frase que me resonó como un látigo en la espalda:  "yo soy un desastre Laura".
me aguanté para no llorar... Pablo me rompía el corazón por segunda vez en la noche.
no me quedó otra que mentirle porque no quería ver caer mi castillito de naipes tan prontamente: "yo también". 
subida a la negación galopante empezaba, ahora si, a jugar con las caretas, de burguesa a proletaria, de boba enamorada a chica cool coge mil.
los malabares del embuste que me proponía me iban a dejar seca de un momento a otro, y ya en ese momento, yo lo sabía. entraba a la cancha, sabiendo y no sabiendo, esperando espectante el momento justo en el que pudiese desplegar el engaño de ser y no ser para sentirme un poco menos sola.
pero mi empresa estaba destinada al fracaso. triste Laura iba ser todavía más triste cuando chocara con las verdad de las cosas: las cosas nunca son, y nunca serán, lo que una sueña.

jueves, 11 de marzo de 2010

naif

Cuando llegué hasta la puerta, casi que no tenía ganas de tocar el timbre. Tenía tanto miedo que quería salir corriendo. San Cristóbal es un barrio algo raro; es medio once y hace de puente con otros lados de la ciudad que crecen del otro lado de la Av. Rivadavia y que, hasta ese momento, yo desconocía. La puerta de la casa era linda pero vieja, y estaba toda descolorida. Se dejaba ver en la puerta lo que debería ser un abandono total de la casa. El colectivo que me había tomado me había abierto el paso a través del mar de luces tenues; andando entre calles que desconocia, llegué hasta su casa y no recuerdo si era abril o si era mayo. Cuando toqué el timbre y nadie me atendió casi lloro. No paraba de pensar. Pensaba en todas las veces que de peque unas chicas malas me habían dejado horas esperándolas en esquinas despobladas, en todos los chicos que no me habían dado bola, en que ridícula era parada en el escalón de esa casa, y en que sola estaba, esperando en vano que alguien del otro lado, se hubiese demorado más de lo común en llegarse hasta la puerta.
Cuando estaba a punto de convencerme por completo de mi mala mala suerte, vi aparecerse por la esquina lejana una bicicleta gris y arriba de ella, a mi chico adorado. Cuando estuvimos cerca, me abrazó y me dijo con una dulzura irreproducible: Laura… como me diría tantas otras veces. Y aunque yo no quería, en ese mismo momento se me abría en el pecho un surco, con un lugarcito cerrado en el medio, en el que iba a guardar todo lo que con él tuviese. Eso no lo compartí nunca con nadie y, claramente, nadie lo compartió conmigo. Existía ahora él en mi, y todo su pelo con rulos no dejaba de abrazarme, mientras yo perdía mis nervios y mis palabras en el sonido, siempre triste, que hace un amor que nace para no ser correspondido.