Y después también está ese
momento feo de elegir algo y dejar otra cosa sin elegir. Hay gente que no sabe
vivir de otra manera, que está hiper archi profesionalizada, que se pegó al
camino elegido y la va a aguantar ahí hasta que no le quede más aire. En un
mundo que está aceitado para que el que tapa las botellas de agua no sepa hacer
nada más que eso, la dedicación a una sola cosa, se premia. Así te va ir mejor
en la vida. Te va a ir mejor en la vida
de la gente a la que le va bien. La
gente esa que tiene una profesión, una casa y una secretaria. Yo soy la secretaria
de la gente a la que le va bien. Y de repente me siento agradecida, muy
agradecida que me dejen ser parte de su maravilloso mundo de gente exitosa. Y
quiero hacer las cosas bien, quiero ayudar a que cambien todo en el mundo esa
gente que estudio tanto y es tan buena. Y algo ayudo, mando unos mails y
atiendo el teléfono. Me dicen que me va a ir mejor a mi también si elijo adonde
quiero ir y me piden y así me jefe no dice nada. Yo atiendo el teléfono. Y a mi
no me resulta ni estimulante ni nada elegir. No que me resulte fantástico
atender el teléfono, pero es que hay cosas muy peores. Auto convencerme,
plegarme para siempre a una decisión que tomé hace 1000 años. Me estreso.
Porque tengo 28 años y piqué por todos lados pero no encontré ninguna locura de
pasión que me permita mantenerme despierta en eso siempre en la vida. Elegí no
elegir como una forma de elegir. ¿No ser nada es mejor que ser una sola cosa?
Seguro que no. Pero más importante que ser de tal o cual manera es aprender a
justificarse. Como la gente mediocre que empieza a explicar sus errores
aludiendo a los errores de otros. Esa gente que no se entera nunca lo mal que
hace las cosas porque lleva más tiempo explicarles su error que empezar todo de
nuevo. No es que me sienta mediocre del todo. Me titila luz del teléfono y ya
lo tengo en la mano, eso no es ser mediocre. Me siento en un bar con
desconocidos a tomar birra y no hablo, porque no tengo nada que decir. Eso no
es para nada ser mediocre.
Qué cosa horrible la conciencia.
Me gustaría ser un poco más estúpida. Pero no lo digo como una campeona que se
las da de inteligente mal. Todo lo contrario. Quisiera ser o más estúpida o más
capaz. Alguna de las dos. Intuyo que más capaz de hacer no voy a ser nunca, así
que me queda pensar en la posibilidad de hacerme más idiota. Porque un paso más
acá es como vivir en el infierno. Pensar me lastima los oídos, me zumba la
cabeza y eso que hoy estuve todo el día tirada. Soy una suerte de líder natural.
Tengo tantas expectativas puestas en mi que me da paja existir. Es todo de un
esfuerzo enorme. Yo quiero mirar la tele sin culpas. Reírme con Tinelli y no
tener que esbozar un artilugio complejo de tramas y fuerzas simbólicas para
justificarme. Laburar todos los días 8 horas es hacer parte del engranaje
Tinelli. La televisión se hizo para mi. Soy parte de ese estado de situación,
soy una parte ínfima, mínima y traumada de ese todo. Y funciono a la
perfección. Llego a mi casa, me como una ensalada y mientras, miro a Tinelli.
Miro a cualquier cosa que opere de Tinelli, cualquier pasivo bendito por las
ofrendas del raiting. Soy dueña de ese tiempo en el que me permito no pensar.
Pensar es parte de no cambiar, de no ser y de no hacerme más daño. Mis amigas me
dicen: es que sos muy libre. Que
chantada. Yo no soy libre en nada. Pero también es cierto que prefiero morirme
antes que vivir pensando que tengo que cambiar.
Es parte de la vida de hoy
también, ese tipo de existencias conflictuadas por la necesidad que cargamos de
darle entidad y valor a nuestro devenir. Somos parte de un mundo demasiado
grande, muchos países, muchas cosas. Necesitamos sobresalir, resaltar, dejar
nuestra marca y promover nuestro legado. Antes la gente venía al mundo con la
frente marcada por una existencia determinada de ante mano, no había laburo para
los psicólogos y no existía la necesidad de elegir. Estaba todo el escenario
montado y una se resignaba a ubicarse en su lugar marcado. Así también,
incluso, la gente era feliz. Los tiempos cambiaron para esto de hoy, y la
realidad implica pensarla. Estudiar una carrera, ser una mina que vive sola,
estar bien vestida. Todas cosas muy necesarias para pertenecer a una clase
social y sus variantes. Yo no pertenezco a la clase social media porteña. Vengo
de otras andanzas. El interior es otro mundo, un poco menos complejo pero
también más arraigado. Iba al colegio porque había que ir. Y me quedaba
enfrente, así que ni ratearme ni hacerme la loca podía. Podía si, ir con
desgano, que fue lo que hice durante todos los años que me toco asistir a
clases. Es parte de intervenir al propio sujeto, negarlo. A mi también me
hubiese gustado ser una joven permeable a los conocimientos, ir al Nacional
Buenos Aires, ser candidata a presidente del centro de estudiantes, pero en
donde yo crecí eso no existía. Escuchaba por la radio a Rolando Hanglin y a las
mujeres que le llamaban para compartir, con orgullo y alegría, que sus hijos
habían entrado al Nacional. Cuando estaba en la primaria pensaba que si me esmeraba
podía lograr que me mandaran a estudiar ahí. De más grande entendí que era
imposible y sobrevino la abulia. Vivir sin privaciones, claro, pero con el culo
en la mano. Mi mamá laburaba en un frigorífico y la echaron porque lo cerraron.
Fue la única de 400 empleados que no arregló su salida y se quedó sin nada. Mi
papá es profesional, pero tenía poco trabajo. Nos gustaba ir al club los fines
de semana, pero no teníamos plata para pagarnos la pileta los meses de verano.
Así que cuando todos se iban a meter al agua, con mis hermanos nos metíamos en
la pile de los nenitos que era chiquitita pero por la que no se pagaba entrada.
Al verano siguiente ya nos
mandaron a la colonia y así no se pagaba la pileta. Yo ya estaba grande para
esas cosas, pero igual de alguna manera lo disfrute. No era la única
grandulona, éramos varios. Algunos de los que después serían los porongas del
pueblo, los conocí ahí. Entre colectivos que tardaban horas hasta el Club
Náutico y canchas de tenis y de basquet. Devenir niña. Ahí se me fue la
inocencia un día a la tardecita, cuando a la pileta grande ya le habían echado
cloro y no había gente ni bañero. Los varones se metieron al agua y se sacaron
las mallas. Una de las chicas con las que yo me juntaba se metió al agua con
ellos y se sacó la malla también. La revoleó al costado de la pileta y se dejó
tocar por todos los varones que se acercaron. Yo miraba desde el borde, con la
malla de mi amiga en la mano. Cuando quiso salir, se la alcancé. Nos fuimos
todos juntos, al costadito de la pile a jugar a la botellita. Ahí me dieron mi
primer beso de piquito y también me metieron la lengua. En ese momento no me
gustó, estaba demasiado nerviosa y con la sensación de que algo de lo que
hacíamos estaba mal. No me voy a olvidar nunca de mi amiga ese día. Ella
siempre era como un varoncito más, jugaba de igual a igual a todo con los
chicos. Pero supongo que también era, muy a su pesar, una chica como
cualquiera. Porque ese día vi que quería tener cerca a los chicos de otra
manera, no como el varoncito que era siempre. Quería que le tocaran las tetas
(yo no tenía ni por asomo), quería llamar la atención por chica y no por casi
varón.
Después de ahí no se bien que
pasó, pero a la noche hubo un fogón en la cancha de fútbol y todos fuimos hasta
ahí a cantar y tomar vino a escondidas. Ahí, de vuelta, los varones la
arrinconaron y ella se dejó tocar las tetas y el culo. También creo que otra
medio que no le quedó. Eran 7 u 8 pibes, encerrándola en una ronda, ella en el
medio, y yo veía como le iban subiendo la remera y le desprendían el corpiño. Eran
muchas manos y todas sobre su cuerpo. Cuando se sacó el corpiño en la
pileta la historia era distinta. Acá ella no eligió nada, pero fue el desenlace
de lo que empezó cuando le mostró las tetas a todos en la pile. Les despertó
las ganas de tocar tetas a todos los pibes del club y ahora la estaba pagando.
Lo único que no se puede decir fue que no se la aguantó. Se dejó tocar todo lo
que quisieron. Con otro amigo que había ahí, al que también le dio calor la
situación le dijimos a los pibes que pararan, pero no hubo caso. Y la cosa se
fue poniendo medio fea y era o meterte en esa o tomártelas. Yo, me las tome. Y
lo bien que hice.
Eran pocas las veces que yo me
sentía más cerca de mi hermana que de mis amigos del club. Ahí me sentí más
cerca de mi hermana. De mi hermano también, pero el era bastante más chico.
Nosotros tres éramos chicos buenos. La más problemática siempre era yo, pero en
el fondo también era buena.
No hacíamos escándalos por nada,
nos quedábamos tranquilos cuando mi papá nos decía que no jodiéramos ese finde
porque no había plata para el helado de postre o cuando era el corso y nosotros
éramos los únicos chicos que no tenían espumitas. No había plata para espumitas
y mi hermano recorría los cordones de la vereda levantando los pomos que la
gente había tirado a ver si podía jugar un poco con lo que le hubiera sobrado a
otros. Y no nos quejábamos. Era así y no había vueltas. Tampoco era tan grave. Esas
cosas se notan después. Yo no me dejé tocar por todos, algo de lo que me
enseñaron en mi casa debe haber tenido que ver.
Después de ese día no volví a
ser tan amiga de mi amiga. Como si algo en nosotras se hubiera roto. A ella le
daba vergüenza mirarme a la cara y yo no sabía que decirle. No es que me
molestara o pensara que había hecho algo mal, para nada, pero si algo había
cambiado. Haberla visto tan expuesta, y ver después como ese monstruo que
desató se la terminó comiendo me hacía sentir pena por ella. No podía decírselo
y así medio que terminó todo. Después nosotras crecimos, por separado, pero
igual crecimos bien. Ella creo que vive en Nuñez. Debe tener plata. Ya la tenía
entonces. Yo vivo en Boedo y soy secretaria.
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