martes, 24 de agosto de 2010

lock

Se empezaron a aglutinar alrededor mío unos 50 millones de carteles de neón que se encendían al ritmo de una sirena que gritaba DANGER DANGER. Las lucecitas de neón me confundían, pero estaba enamorada y en mi camino, seguí avanzando.
De repente, millones de pajaritos hermosos, pero muy maleducados, me entraron a tirar del morral, arrastrándome hacía afuera; me picaban la cabeza, me volaban alrededor y me pedían que me fuera, pero no hice caso, porque estaba enamorada, y en mi camino, seguí avanzando.
Cuando estaba a punto de cruzar por fín su puerta, y él me miraba desde dentro, con esos ojitos divinos que me hipnotizaban, salieron las cucarachas que la casa escondía en los rincones, se presentaron todas juntas y me coparon las zapatillas, y como yo no caminaba, intentaron armar un colchón que me condujera lejos, sacarme de una vez de ese escalón, pero no lo lograron, porque estaba enamorada, y en mi camino, seguí avanzando.
Así fue que entré de una vez y para siempre. Viví al ritmo que la casa me impuso. Caminé todos los ambientes. Dormí en todos los cuartos. A veces con él, otras veces muy solita. Me senté en su mesa, hice la comida. Lo esperé muchas veces con la comida caliente, con la cabeza quemada, con el amor en las uñas, llorando adentro y sonriendo por fuera. Grité, desesperé y me reí como loca. Me hice amigos nuevos, amigas nuevas. Muchas enemigas. Defendí lo mío con todo y perdí todas las veces. Hasta soñe con otros amores, que eran otros, pero que estaban ahí. No miré para afuera. No abrí las puertas, ni siquiera las ventanas que daban a la calle. No salí a la vereda. Cuando necesité sol, me senté en el patio. Cuando quise aire, prendí el ventilador. Me fuí acomodando a la vida adentro con lo que tenía a mano. Me lavaba la ropa, me bañaba en su baño, leía sus libros. Me engañe. Maquillé el encierro y traté de aguantar. Anduve siempre por adentro y no salí.
Hasta que un día la casa me expulsó. Se cansó de mí, y aunque no me pidió que saliera, de repente sentí que me decía "ya basta".
Cuando por fín crucé hacia al otro lado de la puerta, después de años escondida en la superfie de una casa embrujada, me sentí sola y perdida. Cuando entré, dejé atrás amigos, amores, padres y madres y me olvidé de todo eso para juntarme con el hechizo que hasta allí me había llevado. Cuando por fín me echaron ya no tenía adonde ir. No había nadie esperándome del otro lado de la puerta. Ni luces de neón, ni pajaritos, ni cucarachas.
No vi luz, porque era de noche. En la oscuridad, junté monedas que alguien había dejado en mis bolsillos y empecé a caminar. Di vuelta a la esquina. Esperé el colectivo. Me subí. Me alejé de la casa. Llegué hasta otra casa que había sido la mía, años atrás. No tenía llave. No había nadie. Me senté en la calle. Muerta de frío. Me puse a llorar.
Ya no estaba enamorada, ya no tenía caminos, ni deseos. No sabía siquiera que había pasado todo el tiempo que estuve escondida entre las habitaciones de su casa.
Justo en ese momento supe que una está destinada a armar su propio sendero. Que una no siempre puede hacerlo, pero tiene tiene la obligación de intentarlo. Que estar sola de verdad no es sentarse sola en el escalón de una casa que fue tuya y que ya no sabés a quien pertenece. Soledad es otra cosa.

Sola es dejar que él te encierre en vez de aprender a andar vos sola.

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